Desde lo imposible

¿Dónde se guardan los mails? Cada palabra que escribo, frases enteras, hojas y hojas hasta que aprieto una tecla y el mail se va volando -hace su viaje y llega sanito- y alguien lo lee y lo guarda o lo tira o lo vuelve a mandar. Y todo eso se hace  naturalmente, porque sirve, porque gusta y porque no importa saber cómo los mails viajan y a dónde se guardan. Es así. Con las nuevas tecnologías es así. Sabemos muy poco y hacemos mucho.

Y es así también con el profesorado. En todo este tiempo de prácticas docentes, me pasó que supe muy poco lo que estaba haciendo, pero lo hice y me gustó, me resultó de gran utilidad y muy gratificante. ¡Ojo! Supe muy poco lo que hacía pero por supuesto que supe todo lo necesario para promocionar la materia ¡Cuidado eh! No quiero ser mal interpretado… A lo que me refiero es que si uno se pone a pensar, el ser docente es una locura. Los docentes estamos locos. Esa pretensión de enseñar a otros ya es una desmesura. Y ese imperialismo racional a veces me resulta insoportable. Todo pretende estar calculado. No basta más que describir las cualidades del típico profesor/a para darse cuenta. Llamémosle el Profesor Tipo.

Primero, tiene que ser obsesivo. Muy obsesivo. Obsesivisimo. El objetivo máximo del Profesor Tipo es que los alumnos aprendan. Para eso estudia. No mucho, pero estudia. Lo que sí hace mucho es planificar. Planifica todo el tiempo. Calcula, especula, diagnostica y arma las grillas y claringrillas más exhaustivas. ¿Todo eso para qué? Para qué los alumnos aprendan, conozcan, sepan, adquieran el conocimiento. Y si a los alumnos no les interesa aquello que el Profesor Tipo viene a enseñar, no importa, porque el Profesor Tipo tiene actividades interesadoras, grandes estrategias para que los alumnos se diviertan, la pasen bien, y de paso, aprendan, conozcan y sepan. Porque para ellos todo se puede conocer.

Por eso propongo, ya que estamos terminando la cursada y el profesorado, que nos saquemos al Profesor Tipo que hay en cada uno de nosotros. No digo que hay que dejar de planificar y organizar un poco la cosa, pero bajemos un cambio. Me gustaría saber cuántas planificaciones exhaustivas como las que se entregan en el profesorado, se repiten en las prácticas cotidianas de los cargos docentes.

Se pueden escribir hojas y hojas con argumentos a favor del valor de la cursada, las prácticas y el ser docente, pero para que todo eso tenga algún valor, antes tiene que haber un deseo, una adrenalina que te corra por las venas cuando estás frente a un grupo. Como cuando te sentís pleno al final de una clase que salió bien y te sentís una mierda cuando salió mal. Y ese deseo yo lo encontré. No sé bien dónde y cuándo. Pero en algún lugar está. ¿Dónde se guarda el deseo de ser docente? No tengo la menor idea. Seguramente está metido en el medio, entre mi propio Profesor Tipo y los estudiantes que alguna vez estén frente a mí.

Autobiografía requeteload

Del jardín no recuerdo más que imágenes sueltas. Fui al Instituto Cangallo en sala de cuatro. El aula daba a un patio cubierto donde solíamos jugar, dormíamos la siesta en colchonetas y había una pileta olímpica a la que íbamos una vez por semana. Al otro año empecé el preescolar en el colegio donde completaría el primario. Se llamaba Instituto Grand Bourg y cerró hace unos años. Todavía recuerdo a algunos compañeros de sala porque ahora son mis amigos. A Hernán y Carlos todavía los veo y me une a ellos una relación casi familiar. Al preescolar fui a la tarde y recuerdo que me gustaban mucho las clases de gimnasia. La señorita se llamaba Cecilia y me parecía una vieja. Años después hice las cuentas y no llegaba a los treinta.
Primer grado fue todo un cambio para mí porque representaba ingresar al círculo de mis hermanos mayores, al mismo “nivel”; compartía los mismos horarios y los recreos, por más que me llevasen de la mano en la vuelta a casa.
Recuerdo pasar al frente a leer mis primeras oraciones con un libro de tapa dura. Leía muy bien, pero la señorita María del Carmen, solía corregirme la forma en que agarraba los libros. Con la izquierda se lo sostiene y con la derecha se cambian las hojas. En el aula había un abecedario con letras de objetos o animales: Anillo, Bebé, Casa, Dedo…y todos repitiendo hasta el Zapato. Ese año tuve paperas y no pude ir por dos semanas al colegio. El resto de la primaria no me enfermé más. Cada año, me gustaba empezar un grado nuevo. Lo vivía con mucha emoción. Volvía a ver a mis compañeros y tenía una gran expectativa por saber de los compañeros nuevos. Según la directora, mi comportamiento en tercer grado cambió. Charlaba mucho en clase y en los recreos era  incontrolable. No se puede correr García Uldry, no hable en fila, ya no es hora de comprar en el kiosco. Suerte que tenía buenas notas y nunca tuve problemas para pasar de grado. En cuarto fue el mundial de Maradona. Contra Italia mi mamá inventó una nota para salir más temprano y poder ver el partido. Lo hizo sabiendo que sino me enfermaba en serio. Fue un miércoles. Para esa época, el fútbol empezaba a ser más importante que la escuela y que todo. Años después reconocí que vivía en una burbuja.  Todos vivíamos por el barrio y estudiábamos cultura francesa en una sola división de no más de veinte alumnos por grado. Sin grandes diferencias sociales, manteníamos una ajenidad alarmante con la realidad que se vivía en el país. Cuando iba a preescolar fue la guerra de Malvinas. No recuerdo bien pero creo que se habló bastante y se hicieron colectas, pero en general, el lema cotidiano era “de eso no se habla”. Del juicio a las juntas, el levantamiento militar de Campo de Mayo y el “felices pascuas”, nada. Por suerte, en sexto y séptimo tuve Un Profesor. Lamento no recordar el nombre. Daba lengua y literatura y nos hablaba de otro mundo. De movida, tenía una moto que estacionaba en la vereda frente al colegio. Un ídolo. Pero además hablaba de política y del sentido de lo público. No le entendíamos mucho y estaba buenísimo. Para esa época fue el plebiscito por las Malvinas y la mediación del Papa. Nos explicó, dio su opinión. En las elecciones del 89 hicimos un simulacro de votación (¡ganó el MID!). Recuerdo que antes de terminar el primario, se acercó con mi examen de fin de año y me dijo muy seriamente que debía pensar en seguir una carrera humanística. Como verán más adelante, no le hice caso hasta muchísimo tiempo después, pero fue un gesto inolvidable.
El secundario fue un poco caótico porque pasé por tres colegios y nunca me interesó estudiar. Tuve el prejuicio persistente y comprobado que el colegio solo servía para hacer amigos. Seguí en el Grand Bourg en primer año, pero la economía familiar llevó al cambio de colegio, además del mandato materno que quería un “perito mercantil”. A mi me daba lo mismo. “No future”. Recuerdo segundo año como el peor de todos. Gente de todas las edades, repetidores, vagos, y a la tarde. Tuve que hacer las equivalencias para el comercial. Me adapté como pude. Igual quise cambiar y terminé en el Bermejo, una escuela pública de la cual tengo excelentes recuerdos. Era un curso muy unido y  salíamos juntos a todas partes.
A partir de tercero empecé a llevarme materias a diciembre y a marzo (nunca más de dos). Con un grupo de compañeros fundamos el club de Marzo, el cual recibía sus socios a partir de mayo. Así fue que entregué tempranamente Matemática de cuarto para utilizar esas horas para jugar al truco o simplemente descansar. Con esa materia terminé oficialmente el secundario: Diciembre de 1994.
El nivel académico del colegio no era el mejor pero rescato a algunos docentes como la de matemática de tercero, el de física, o el de lengua, más bien conocido como el gallego Fernández.  
Ya en quinto año sabía que después del secundario tenía dos posibilidades: Trabajar, o estudiar y trabajar. No sé bien porqué elegí la segunda opción ya que no sabía bien en qué anotarme. Empecé Economía, hice correctamente el CBC (remontando un 2, 3, 4 en los primeros tres parciales) y entré a la facultad de Córdoba y Junín para empezar la carrera. Duré dos meses hasta que me senté en la plaza Houssey, después de irme a mitad de un examen de Álgebra, para preguntarme por el sentido de la vida. ¿Qué hago acá? ¿Qué quiero hacer? Colorín colorado, me anoté en Psicología, un clásico de los indecisos. Justo para esa época la fiesta menemista estaba a full y con el trabajo que tenía pude irme a vivir solo, comprarme una Combi y viajar de vacaciones a Cuba.
Me tomé el 96 y el 97 para hacer muy tranquilo las equivalencias del CBC para Psicología y en el 98 arranqué con la carrera. En los primeros años me di cuenta que la relación que yo tenía con el saber estaba cambiando. Tenía ganas de estudiar. Toda una novedad. El psicoanálisis me cambió la cabeza y rápidamente supe que mi camino era por ahí. Profesé cada uno de sus clichés y me metí en todos los lugares comunes de los freudianos lacanianos. Recién en esta etapa me interesó la docencia. Profesores como Samaja, Stolkiner, Lewcowicz, Cullen o María Laura Méndez me mostraron un camino. Paradójicamente no menciono a ningún psicoanalista y creo que está bien. Confirma la regla de lo imposible del psicoanálisis universitario.
En el 2001 me tomé un año para viajar y congelé la carrera hasta retomarla en el 2002. Entré como coayudante en la cátedra de Problemas antropológicos en Psicología y conocí a Levi Strauss y Althusser, que hoy son dos referencias epistemológicas ineludibles. A mitad del 2005 me recibí de licenciado y recién en 2009 empecé el profesorado. Privilegié la formación clínica e hice la concurrencia en el Hospital Penna durante tres años y medio. Cursé varios posgrados y seminarios que fueron  moldeando mi formación cada vez más específica: la clínica psicoanalítica y la docencia.
Dentro del profesorado, la primera materia  que hice fue Teorías de la Educación y Sistema Educativo Argentino. Más bien de corte teórico, fue una buena aproximación y contextualización a la temática docente. Los cruces entre la historia, la política y la pedagogía, me sirvieron para encuadrar la carrera y las distintas materias del plan de estudios. Seguí con Didáctica General, donde tuve una docente de prácticos que realmente le gustaba lo que hacía. Quizás no tuvo en cuenta al grupo clase al que se dirigía, porque se cansó de hacer actividades lúdicas y hacernos participar de las mil y una formas. Al principio, a la mayoría nos resultaba insoportable, ya que veníamos de varios años de facultad sin este tipo de actividades, pero igualmente, al final se ganó el respeto de todos. Sobre todo por su empeño. Para mí no fue nada sencillo y me costó bastante adaptarme, aunque me sirvió para estar más preparado para las dos materias que siguieron: Didáctica especial y la anual, donde se realizan las prácticas docentes. La primera de estas materias me pareció una mezcla entre Didáctica General y la anual, es decir, me pareció que estuvo totalmente de más. Con respecto a la anual, creo que está bien armada y me pareció fundamental que las comisiones no tengan más de catorce alumnos. Eso generó una familiaridad entre los compañeros y las docentes que ayudaron mucho a transitar las distintas instancias que requiere la materia. El primer cuatrimestre me costó bastante porque estaba con muchas otras actividades que no me permitieron comprometerme como lo hubiera querido, pero en el segundo pude meterme de lleno tanto en las prácticas como en el parcial, no así en las otras mil actividades que también requiere la materia, me refiero a toda la parafernalia de los blogs, microclases, etc.  Igualmente creo que fue la que más me ayudó a repensar mi rol  como futuro docente. Si releo mi autobiografía, lo primero que noto es que “lo didáctico” está ausente u oculto en las formas de hacer de muchos docentes. Supongo que algunos habrán tenido herramientas didácticas para dictar las clases de las que yo participaba, pero no recuerdo ninguno decir “desde acá”, “de esta manera  van a aprender mejor”, ¿Para eso estuvo el profesorado no? Y fue en esta materia donde más pude ubicar -sobre todo en las prácticas docentes- la pregunta por el qué hacer, cómo hacerlo y de qué manera. Claro está que en el primario y el secundario uno ni se pregunta, pero también en muchas de las cátedras de la facultad de Psicología no tienen en cuenta la variable de cómo enseñar, cuáles son los modos de formación docente, o cómo se aprende durante las clases. Por eso rescato el poder haber visto otra realidad y poder elegir estrategias y actividades diferentes a la que estuve acostumbrado dentro de mi formación: Aquellas que ponen el acento sólo en la exposición de los contenidos.